jueves, 15 de diciembre de 2011

Trivia Musical & Entrada Perruna

¡Hola!
Hoy hay una entrada que esta divida en dos partes... Primero quiero que me ayuden con esta canción, me agrada mucho y quiero que me digan cual es su nombre y quien la canta... El premio será que podrán elegir el próximo disco que calificaré aquí en mi blog (Sé que están pensando que es super chafa mi premio, pero no les puedo ofrecer otra cosa...)

Aquí les va... Descarguenla y escúchenla... Les va a gustar y no esta en francés LOL
CANCIÓN TRIVIA
Por cierto, chequen la parte de Sitios Recomendados, les aseguro os va a gustar.

Esa fue la primera parte, ahora la segunda parte consta de un texto escrito por Daniel Krauze acerca de un perro en especial y lo que deja en nuestras vidas, he de confesar que me hizo llorar un poco. Aquí les dejó el original --->>> http://ovejaperdida.wordpress.com/2011/12/14/que-deja-un-perro-cuando-se-va/

Y lo copió también acá, para aquellos a los que les es mas cómodo leerlo en un solo lugar.


¿Qué deja un perro cuando se va?




En vida, mi perro pesaba siete kilos. Leí esta información hace días, en una mañana en la que saqué todos sus papeles de vacunación. Sus cenizas pesan apenas más que un manojo de plumas. Llegaron la semana pasada, en una pequeña caja de madera rosa. La moví de lado a lado y los contenidos eran tan escasos que se trasladaban de una esquina a otra: lo que queda de mi perro es tan poco que a duras penas ocupa su ataúd. Eso es lo que queda, y casi nada más: el cojín y la sábana azul sobre los que dormía, sus viejos escondites, y algunas canas que, días después de que muriera, aún flotaban por la sala, como hojas de diente de león.

Los seres humanos se van y dejan kilos de ropa (muchos más que siete). Se van y dejan joyas, colecciones de libros, coches y, a veces, casas. Dejan cuentas de tuiter, correos electrónicos, páginas de facebook: corolarios de identidades hechizas, rastros del disfraz. Se van y dejan un trabajo, una cama, dinero en el banco. Los perros se van y aparentemente no dejan nada. Dejan, acaso, lo que nosotros les dimos: las casitas en las que dormían, las pelotas que correteaban, los huesos que mordían. Dejan las impresiones que tomamos de ellos: sus cuerpos cachorros decoran nuestros álbumes, esperan en los vericuetos de nuestros discos duros. Dejan, quizás, recuerdos, pero mientras que una sola persona interviene en la vida de decenas de individuos, la vida de un perro es prácticamente inconsecuente salvo para aquellos que compartimos techo con él.

Mi perro llegó a mi casa dos meses después de que yo cumpliera trece años. Por lo tanto, he vivido más tiempo a su lado que sin él. Era más viejo que todas mis amistades, que casi todos mis objetos: que mi coche, mi computadora, mi teléfono y mi colección de DVD´s. Tengo recuerdos concretos suyos, muchos más de los que tengo con personas a las que conozco por casi el mismo tiempo. A pesar de que era un animalito de siete kilos, su personalidad me quedaba clara. Era un hosco irredimible, un perro de cariños muy particulares; nervioso, digno y leal. No quiso a muchas personas en su vida. Quiso a mi mamá, me quiso a mí y creo –porque se la pasaba mordiendo sus patas traseras- que quería al labrador con el que compartió un jardín por doce años. Un perro ama porque sí, y a cambio solo recibe cobijo, un plato de croquetas y agua. Te ama, quizás, porque sabe que lo escogiste, que entre todos sus hermanos lo tomaste desde adentro de una caja de cartón para llevarlo a tu casa. Por eso me senté a su lado, un día antes de que lo durmieran, y no supe qué otra cosa decirle más que gracias. Me agaché, besé la diminuta cabeza de ese anciano adolescente y le agradecí que me quisiera así a cambio de prácticamente nada. He sido mucho más atento con personas que me han querido mucho menos, así que ese gracias era, también, una disculpa por no haberlo acariciado más, por haber jugado nintendo en vez de salir al jardín a acompañarlo, por no haberlo querido a él como él me quiso a mí.

Llegó su acta de cremación y su nombre venía mal escrito. Lo tomé con filosofía. Después de todo, ¿a quién después de mí le puede importar mi perro? Y no tendría por qué ser de otra manera: él tampoco quiso a muchos más. Ese pequeño guardián que me vendieron como schnauzer a pesar de que claramente venía de la calle, fue todo mío. Fue el final de mi infancia y toda mi adolescencia. Fue mi bienvenida de la escuela, mi adiós antes de un viaje y el ruido que me arrullaba a la hora de dormir. Se fue y me dejó todo eso: un corazón hinchado de recuerdos impolutos, sin un solo agravio, sin una sola pena. Solo para mí y para los pocos que lo quisimos. Y con eso me basta.


3 comentarios:

  1. Hola. Ya no pude descargar la rola, me marca que el enlace ya no es válido. El premio me parece justo porque puede funcionar como un ejercicio de retroalimentación entre la autora del blog (osea vos) y los lectores. El ganador propone un disco para que lo revises y posteriormente compartas tu análisis ;)

    El texto de Daniel Krauze me parece sublime, casi me hace sentir que ese perrito era mío y que también lo había perdido. Además de que hace reflexionar que la grandeza del legado de un compañero o compañera no se mide por todas las posesiones y objetos que dejó después de fallecer.

    Saludos, que tengas excelente fin de semana =D

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  2. Ya esta corregido el error =D
    Gracias Sergio, espero ahora sí participes

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  3. Hola de nuevo. Ya escuché la rola, me gustó pero no la había oido antes. Me suena como a Muse, de repente con alguna influencia del Radiohead de la última década, pero la verdad no sé de quién se trate. Espero alguien más tenga más suerte.

    Saludos, que tengas excelente día :)

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