sábado, 4 de enero de 2014

Del libro de los recuerdos

De aquellos recuerdos que amenazaban mi tranquilidad había uno en especial que no me dejaba dormir, era uno de esos recuerdos que se convierten en arrepentimientos, uno de esos recuerdos que entorpecen el presente y te atan de tal manera que avanzar es imposible.

Ahí estaba, sola, frente a aquellos árboles que cada vez tenían menos hojas por el otoño, debajo de ese cielo nublado padecía ese viento que resoplaba hasta el fondo de mí ser, encima de aquellas hojas cafés que crujían a mi paso. Sin dirección; caminaba, sin intenciones de vivir; respiraba, deseaba el inminente fin de una vida sin sentido.

Toda mi vida me había caracterizado por actuar de manera razonable, sin riesgos, sin intenciones de perder, pero tampoco de ganar, solía ser la definición perfecta a la palabra estabilidad.
¿Realmente me equivoqué? No lo sé, mi vanidad me impide aceptar cualquier error, sin embargo cargo con ello. ¿Debí arriesgar más? Solía decir que eras mi más grande tesoro pero no luché por ti, me rendí en la batalla más fácil. A veces por la manera en la que actué, pienso que no te amaba como solía decirlo, te quería, pero no lo suficiente, de hecho aún lo hago, no será fácil olvidar.

Te perdí pero no gane nada, odiaría decir que aposté para perder, pero así fue, nuestro amor creció entre aquellos pasillos de salón, se desarrollo en esas miradas en las que la complicidad era nuestra aliada, se reprodujo una y otra vez en esas eternas conversaciones en las que el tiempo pasaba muy rápido, finalmente agoniza en el orgullo de aquellas cosas que no nos dijimos jamás.

La mala fortuna de habernos conocido en un tiempo y en un lugar que no nos correspondía, la impaciencia de no soportar estar en otro momento que no fuera el ahora, nunca vimos más allá y tampoco más atrás; sabíamos que esto no iba a durar.

Como los amores de verano, amores con fecha de caducidad impresa en las miradas de quienes se atreven a vivirlos, amores que se viven con la intensidad del sol y la osadía de dos amantes que no controlan sus instintos.

Me rindo porque no soportó más esta ansiedad al verte y fingir que me alegra ser no más que una amiga, poco a poco la esperanza excesiva término con la desesperación de que jamás ocurriera nada, propicié demasiadas ocasiones que culminaron en frustración; el amor que siempre dicen está lleno de cosas buenas se convirtió en la locura poética de cualquier libro barato.


Es esta la historia de lo que yo sentía, de los que eran mis motivos para sonreír y que ahora los son para llorar, no creo morir de amor porque todo tiene solución; incluso tú. El problema es si a partir de ahora aprenderé la lección y arriesgaré más, eso no está en mí, es evidente. El despecho me susurra; disfrazado de conciencia, que si no lo hice contigo fue porque no eras la persona para mí, el porvenir me dirá realmente que aprendí.

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